miércoles, 15 de agosto de 2012

Anécdota de la infancia

El otro día, mientras acompañaba a mi madre en su paseo diario por la tarde, justo cuando llegamos a la parada de metro que esta lindando al majestuoso edificio de la Escuela Industrial, me detuve, y como por arte de magia, dando un gran salto en el tiempo, me transporté a un determinado recuerdo de mi infancia...

En esa época, nos reuníamos los compañeros de clase del barrio para ir y venir juntos a la escuela. Era un trayecto corto – apenas unos 15 minutos – que nos servía para hablar de nuestras mil y una aventuras que día a día vivíamos. Uno de esos días, al volver del colegio tras una larga y aburrida mañana de clase, mi compañero Salva y yo, nos entreteníamos pasándonos una pelota de futbol, como si de profesionales se tratara, para hacer más ameno el trayecto a casa. Lo cierto, es que con esa edad, poco pensábamos en los riesgos que podíamos correr o provocar, simplemente en la diversión de aquel juego. Llegando a la altura de la parada de metro que hay en la calle Urgel, en un pase desafortunado que realice a mi compañero, el balón salió de la acera y fue a parar a los carriles por donde desfilaban a gran velocidad los hordas de vehículos. Tal fue la desgracia, que en ese justo momento, pasaba circulando a gran velocidad, un ciclomotor típico de la época, y con la mala fortuna, de que pillara con la rueda delantera el balón, provocando la caída aparatosa de la maquina y su conductor. El golpe fue tremendo, el desafortunado conductor cayo dando vueltas provocando la frenada en seco de los vehículos que venían por detrás. Salva y yo nos quedamos aterrados por la situación que habíamos creado y por las consecuencias que se avecinaban. Inmediatamente después de la caída, la gente que pasaba por la calle y los conductores de los coches empezaron a increparnos y vociferar palabras que no entendíamos, pidiendo en cierta manera, responsabilidades por lo que habíamos hecho – como si de un ajusticiamiento se tratara - . Lo más sorprendente de todo, fue lo que sucedió después. El hombre que iba en el ciclomotor, se puso en pie – sin daños aparentes – y cogiendo la pelota que había provocado tal accidente, se acerco lentamente hacia nosotros - aun recuerdo su cara lánguida que dejaba entrever el dolor causado por la caída, y sus ojos oscuros fijos en mi -, justo cuando llego a nuestra altura, alzo su brazo con la pelota y me la entrego sin mediar palabra, tan solo una mirada de 2 segundos que me pareció eterna. Se volvió y se dirigió a su ciclomotor que yacía tirado en el suelo, lo alzo y sin volverse, encendió su máquina y se marcho.

Hoy, al pasar de nuevo por aquel sitio 35 años después, me he acordado de ese hombre. No se que pensó cuando sucedió aquello, pero lo que sí es cierto, que aquel día, nos dio una lección muy importante que nunca podré olvidar... por eso, soñando que quizás, leas mi relato, estés donde estés, acepta humildemente mis disculpas por lo que sucedió.

No hay comentarios: